Actualmente, la globalización se ha metido de lleno en la cocina y claro ejemplo es la cantidad de restaurantes con comida internacional que han abierto en las calles de la isla. Pero ¿de dónde provienen realmente las costumbres gastronómicas del Mediterráneo? La gastronomía medieval ha aportado muchas de las características que definen la manera actual de comer, pero también pequeños matices de las costumbres diarias.
En la Edad Media, donde reinaba el hambre, los alimentos eran un claro factor que diferenciaba el estatus de una persona. Otra característica que influía sobre las costumbres de esa época era la religión, cuando la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa tenían un gran impacto en los hábitos alimentarios como, por ejemplo, que el consumo de carne estaba prohibido para la mayoría de los cristianos, durante casi una tercera parte del año. Lo mismo pasaba con todos los productos de origen animal, pero en cambio, el pescado no entraba en esa normativa.
Otra costumbre de la gastronomía medieval era la distribución de las comidas. La sociedad medieval comía dos veces al día: un almuerzo cercano a la hora del mediodía y una merienda ligera. El momento de comer también diferenciaba las clases de la sociedad, donde los trabajadores eran los únicos que madrugaban y desayunaban bien temprano. Quienes celebraban copiosos banquetes tras el anochecer eran considerados inmorales y se les asociaba a vicios como la apuesta o la bebida.
Alimentos típicos de la gastronomía medieval
Pero, más allá de las costumbres, ¿qué alimentos comía la sociedad durante la Edad Media? El cereal, normalmente en forma de pan, era el alimento más común en todas las clases sociales, cuando su consumo pudo llegar a ser muy similar a entre 1 y 1,5 kg por persona al día. El trigo fue el cereal más habitual en Europa durante la Edad Media, considerado uno de los cereales más nutritivos. Si los cereales eran la fuente primaria de alimento diario, algunos vegetales como la col, la cebolla, la zanahoria o la remolacha se utilizaban únicamente en la preparación de potajes, dado su desprestigio en comparación con la carne.
Todas las carnes de caza salvaje eran populares en la gastronomía medieval, aunque la mayor parte del consumo provenía de las carnes domesticadas, como el cerdo. Algunas de las aves de caza más consumidas eran la perdiz o la codorniz.
El pescado, menos prestigioso que la carne, se ingería como alimento alternativo en los días de ayuno religioso.
Las especias estaban entre los productos de mayor lujo disponibles. Las más populares eran la pimienta negra, la canela, el comino, el jengibre y el clavo; algunos de ellos importados desde plantaciones de Asia y África.
Es importante destacar que la más cara y exclusiva era el azafrán, empleado como, a día de hoy, como colorante. También era muy común utilizar plantas que crecían localmente, como la salvia, la menta, la mostaza, el hinojo o el perejil.