Los vetustos muros de Can Llaudis, en Dalt Vila, encierran una de las mayores paradojas que aguardan en la isla: un palacio de los más antiguos y señoriales de la ciudad amurallada, que en su interior conserva las raíces y la rusticidad de la Ibiza campesina. Solo aquel que asciende por el estrecho pasadizo de Sant Ciriac hasta desembocar en la irregular y resbaladiza plazoleta donde arrancan el Carrer Major y el del Hospital puede llegar a comprender el motivo.
Primero se fijará en cómo la cal que cubre la fachada del Museo Puget, desconchada a lascas en los tramos bajos por el salobre, oculta una sillería tallada al milímetro por canteros del siglo XV, salvo en el territorio fronterizo de los vanos. Luego admirará la solidez e impecable factura del arco de medio punto que sostiene el pórtico de entrada, coronado por el escudo del clan medieval de los Llaudes –apellido deformado a Llaudis en boca del pueblo– y, por fin, la delicada e insólita ventana de mármol, con esas dos columnas tan estilizadas y las filigranas vegetales que adornan los capiteles y la arquivolta separada de los arcos.
La Clave
HISTORIA
De Can Llaudis a Can Comasema
La familia Llaudis fue una de las más importantes de la isla. El palacio que hoy alberga el Museo Puget llevó su nombre hasta el siglo XVIII, época en que los Llaudis emparentaron con los mallorquines Comasema, cuyo linaje acabó sustituyendo al anterior. Los salones del interior albergan alrededor de 130 cuadros de Narcís Puget Viñas (1874-1960) y Narcís Puget Riquer (1916-1983), que el segundo donó al Estado, así como exposiciones temporales relacionadas con estos autores y otros contemporáneos a ellos.
El embrujo de la arquitectura medieval se vuelve aún más poderoso cuando el caminante atraviesa el umbral y se encuentra en mitad del patio, al pie de esa fascinante escalera, con su barandilla tallada y decorada, los arcos escarzanos que sostienen los tramos cubiertos, el arco apuntado que proporciona acceso a la planta superior y el trabajado ventanal situado al lado de este.
Eco del poder
Las puertas labradas, la robusta cubierta de madera de la estancia inferior y las fascinantes ventanas, de idéntica factura que la de la fachada principal, con esas columnas que durante más de quinientos años han parecido estar a punto de quebrarse, se van sucediendo y transmitiendo un eco del poder que tuvo que acumular a lo largo de los siglos la familia fundadora, en una isla menesterosa como Ibiza.
Y es precisamente esa vida mísera, aunque alegre y pintoresca a veces, la que encierran ahora las estancias del palacio, a través de la mirada de los Puget, cuyas escenas retrotraen a una Ibiza que se mantuvo inerte durante siglos, desde la reconquista hasta los albores del turismo. Qué contraste entre la ornamentación arquitectónica de los señores de Dalt Vila y las escenas sencillas de la Ibiza rural, retratada en los óleos de Narcís Puget padre y las acuarelas de Narcís Puget hijo.
Payesas camino de la iglesia, horneando pan, procesiones en los pueblos, la recolección de la almendra en el campo, paseos en carro, tertulias bajo el cielo y, pese a una biografía de subsistencia, rostros sonrientes y bendecidos por la belleza de una tierra insólita. Can Llaudis es el edificio que más descaradamente concentra dos caras tan sustanciales y antagónicas de una Ibiza que ya nunca volverá. Sin embargo, aún puede auscultarse a través de sus paredes.