«Cada anochecer, un prolongado suspiro, paciente y resignado, suena en el centro de la laguna y se expande hacia las orillas» (‘Las hermanas’, J. Luis Gordillo Courcieres)
Las aguas estancadas, calmas y obscuras, de los humedales, los lagos y las lagunas, han inspirado siempre inquietantes historias que hablan de náyades, sierpes o dragones que habitan sus fondos y, las más de las veces, de mundos misteriosamente sumergidos. Y s’Estany Pudent, en la pequeña pitiusa, no podía ser una excepción. Joan Castelló Guasch y José Luis Gordillo Courcieres recogen en sus rondallas y leyendas un relato fascinante que, al final de los años 60 del siglo pasado, con algunas variantes, oí contar a una anciana en la Fonda Pepe, en Sant Ferran de ses Roques.
Lo sorprendente es que, algunos años después, es güelo Toni, Antonio Arabí Torres, que vivió los convulsos años de la Guerra Civil y la postguerra en Formentera, me habló de un hallazgo fortuito y desconcertante que aportaba verosimilitud, al menos en parte, a la historia que explica la rondalla de s’Estany Pudent y que en Formentera suele explicarse a los más pequeños al amor de la lumbre.
Que la fábula responda a cierta realidad, nadie ha podido explicarlo. Y poco importa que la oralidad, el paso de los años y la imaginación, hayan añadido adornos y fantasía al relato. La cuestión es que seguimos sin entender por qué los hechos –ciertos descubrimientos en el fondo de la laguna- parecen dar autenticidad y certidumbre a una ficción que, desde la razón y por motivos estrictamente científicos, no puede aceptarse.
Aviones de la Legión Condor
Es güelo, Antonio Arabí Torres, mecánico motorista, fue el único ibicenco que formó parte del grupo de técnicos, pilotos, radiotelegrafistas, etc., que conformaron la escuadrilla de hidroaviones cedidos por la Legión Cóndor y que, mientras duró la Guerra Civil, tuvo una pequeña base en Formentera. Con tres kilómetros de largo y dos de anchura, s’Estany Pudent ofrecía una excelente lámina de agua. Sólo había un problema que dificultaba el operativo de los aviones. Aunque la laguna tenía en algún punto más de cuatro metros de profundidad, sus fondos, de fangos y piedras, ascendían rápidamente y su escaso calado suponía un grave peligro para los patines que los hidros utilizaban en su amaraje.
En el Cuaternario
Se añadía la rareza de que aquellos vestigios no se recuperaron precisamente en las orillas, sino en una guisa de seca o banco arcilloso que estaba más hacia el centro de la laguna. A partir de aquí, una pregunta parecía inevitable: ¿Pudo tener s’Estany un pequeño islote con una casa que una depresión pudo hundir en tiempos no demasiado lejanos? La hipótesis resulta descabellada cuando los geólogos confirman que la gran depresión de la zona norte de la isla y que dio lugar a s’Estany des Peix y s’Estany Pudent se produjo en el cuaternario, concretamente en el pleistoceno superior. Y si fue así, ¿qué explicación tiene el hecho de que salieran restos de construcciones del fondo de la laguna?
La única solución era dragar una franja central, siguiendo el largo de s’Estany, SE-NW, para conseguir una línea fiable de amerizaje. Y pues era imposible introducir una draga en la laguna, se decidió ganar hondura por un método expeditivo: se dinamitaron los fondos que, una vez removidos, pudieron extraerse.
La preparación de las cargas explosivas y su ubicación fue, precisamente, un trabajo que recayó en Arabí, que fue quien me dio los detalles de la operación. Pero vamos a lo que iba. Porque fue en aquellos trabajos de vaciamiento cuando se vieron sorprendidos al recuperar más de 23 bloques de marès perfectamente escuadrados y varios fragmentos de columnas trabajadas a mano. Mi ingenuidad hizo que le preguntara si eran cilíndricas o estriadas, –yo soñaba con piezas clásicas, cosa del todo improbable-, pero me dijo que eran como las que tiene en su porxo cualquier casa payesa.
Al escribir estas rayas, he recordado que Arabí ya dio noticia de estos vestigios en la entrevista que estos papeles publicaron (el 14 de septiembre de 1997) con el literal que sigue: «Durante el acondicionamiento de la base de s’Estany Pudent para los hidroaviones Heinkel-60, se dragó con dinamita el sur de la laguna para ganar fondo y que las aeronaves no lo rozaran con sus flotadores. Arabí Torres, encargado de efectuar el dragado, recuerda su sorpresa cuando, entre los escombros provocados por la explosión, recuperaron varias piedras de marès y trozos de columnas».
Su sorpresa
Pienso que lo insólito del descubrimiento explica que Arabí lo recordara y lo repitiera. Pero su sorpresa, 80 años después, sigue siendo la nuestra. Y a falta de explicación razonable, tendremos que conformarnos con la leyenda que Courcieres versiona en esta hermosa parrafada: «Un ángel encolerizado por la maldad mandó llover. Diluvió durante tres días y tres noches. Los barrancos bajaban llenos, las arenas ya no tragaban tanta lluvia, los árboles se ahogaban y con la constancia de la inundación, la inmensa finca se hundió lentamente por el peso del agua con sus pajares, sus casas, sus ganados, sus esclavos y su dueña. (..) Quien hoy tome una barca, reme hasta el centro de la laguna y mire sus fondos, podrá observar, bajo las aguas, restos de las construcciones hundidas».
¿Realidad? ¿Ficción? Yo no tengo respuesta. Lo que sí puedo decir es que, acompañado de Rolf Stemberg, galerista en Sant Ferran en los 70, remé con una chalana hasta el centro de s’Estany y no alcanzamos a ver nada de nada. Aunque eso sí, sentimos un extraño cosquilleo en la nuca y cierta aprensión, la extraña sensación de que allí había algo. Pienso que s’Estany Pudent, como cualquier laguna que se precie, retiene su secreto y hacer honor a su leyenda.