Le aviso: viene a hablar de smart cities a una de las ciudades más tontas del orbe, donde sólo desde hace unos días se han comenzado a controlar por gps los autobuses (los pocos y con malas y escasas conexiones que hay), no hay wifi pública ni alquiler de bicis… Un páramo. Y hasta hace un año no se podía consultar la web del archivo digital porque no se pagaba la cuota. Ante estas carencias, ¿por dónde empezaría usted?
La clave para que una ciudad sea inteligente es que haya una complicidad activa, una cohesión, entre las tecnologías de la información, las instituciones y los ciudadanos. La primera providencia, lógicamente, es que las instituciones, el gobierno de la ciudad, sean conscientes de que la conversión de una urbe en inteligente no es una opción, sino un requisito para que ese lugar sea más habitable. El concepto de habitabilidad y el de digitalización van parejos. Y a su vez va pareja la otra dimensión clave en cualquier ciudad inteligente: la sostenibilidad, el cuidado del medio ambiente, el cuidado de las condiciones en las que los ciudadanos interactúan con sus propias administraciones. El papel básico de una Administración no es solo posibilitar la dotación de tecnologías de la información y la comunicación (TIC) para los ciudadanos, sino predicar con el ejemplo y que haya una interlocución ciudadana con las instituciones basada en medios digitales y, al mismo tiempo, que en el gobierno haya un control, por esos sistemas, de lo que es la actividad de la ciudad, como el sistema de transportes, de alquileres…
Y hacerlo ya.
Desdeñar o aplazar esta prioridad, que es insertar la ciudad en la dinámica de la digitalización, es condenarla. La experiencia nos dice que la digitalización no es un lujo, no es un complemento, no es un atributo adicional, sino que puede ser el fundamento desde el cual se reorganice la ciudad.
Afirma en el libro ‘Las ciudades del futuro: inteligentes, digitales y sostenibles’, que ha escrito junto a Diego Vizcaíno y Verónica López Sabater, que es preciso, en un contexto vertiginoso de innovación TIC, definir nuevos marcos y reglas de participación ciudadana. También comenta que el ciudadano habrá de ser protagonista de todas las iniciativas, debe participar en dicho proceso de toma de decisiones de forma activa. ¿Pero eso es eficaz? Suena a asamblearismo.
Es eficaz siempre y cuando no se convierta en un asamblearismo absoluto. Pero es muy difícil avanzar en ese concepto de ciudad digitalizada si no hay una interacción con el ciudadano. La participación no tiene que ser la toma de decisiones por el ciudadano. Interacciona con su ciudad. Eso significa desde la posibilidad de consultar a través de dispositivos digitales todas las actividades de donde vive, hasta la comunicación a las autoridades de informaciones relevantes para mejorar la habitabilidad. No significa que se ceda la capacidad de decisión en todos los aspectos relevantes del gobierno, ni mucho menos.
«la conversión no es una opción: es un requisito para ser una ciudad más habitable»
En Dubai, el objetivo de ser smart city es «la felicidad de visitantes y residentes». Esperemos no acabar como las ciudades de Blade Runner, Elysium o Sion. ¿Se puede ser feliz con ese modelo o se corre el peligro de acabar en una distopía?
La aspiración tiene que ser el aumento del bienestar o de habitabilidad, que son conceptos más cercanos que el de felicidad. Las pretensiones no solo tienen que ir dirigidas a los ciudadanos, a los habitantes habituales, sino también a los visitantes. El concepto de ciudad sostenible para lugares con tanta influencia turística como Ibiza, podría incluso facilitar una diferenciación positiva de los turistas. Uno de los retos que en general existe en la industria turística de España es mejorar la calidad de los visitantes, entendiendo por calidad no solo que tengan un gasto medio superior sino también que sus atributos culturales y creativos permitan apreciar mucho mejor la oferta de este país, que no se limita al binomio sol y playa económico, ni a disponer de alcohol barato. Un turismo que valore otros esquemas de convivencia. Cuanto mejor sea la ciudad, más habitable, sostenible e inteligente, tendrá mayor capacidad de atracción de visitantes cualificados, que son los más rentables.
Le comentaba lo de la distopía porque hace unas semanas, en un pleno, un edil de la oposición, que es un friki de las nuevas tecnologías, propuso llenar el municipio de cámaras de vigilancia para mejorar la seguridad. Ese tipo de smart city da un poco de repelús.
Sí, si trasciende la pretensión fundamental de garantizar la seguridad. No está mal que en zonas problemáticas haya mecanismos de ese tipo. Otra cosa es que toda la vida de la ciudad esté presidida por una especie de Gran Hermano.
«digitalizar puede ser el fundamento para reorganizar la ciudad»
Señala que las TIC se ponen hoy al servicio de las ciudades para contribuir de forma costo-efectiva a mejorar la calidad y la eficiencia de la gestión de los recursos y de la provisión de servicios de carácter o ámbito municipal. Luego, que los ayuntamientos inviertan en TIC supone, a la larga, un ahorro para sus arcas. El objetivo inicial es, dice, mejorar la vida de los ciudadanos. Pero además, economizar.
Claramente. No solo mejora el hábitat, sino que al final la digitalización es rentable. Eso permite desde una mejor gestión de los presupuestos hasta un mejor suministro de los servicios públicos. Eso se traduce en una mejor utilización de los recursos públicos, en más facilidad para hacer los presupuestos… Sale rentable.
Tallin: allí hay transporte público gratuito. Fue el primer lugar con red de estaciones de carga rápida de coches eléctricos… Y en subvencionarlos. Pero cuando acabó la ayuda, se detuvo en seco la compra de esos vehículos. ¿Sin subvenciones no hay smart city?
Lo que tiene que haber es un compromiso presupuestario específico para acelerar la transición. Puede adoptar diversas formas, dependiendo de la urbe. No es lo mismo en Ámsterdam, Berlín o Barcelona que en Ciudad Real. En una primera fase puede ser conveniente, incluso, algún tipo de subvención o subsidio. Tiene que haber una inversión sobre el convencimiento de que va a ser rentable y que la relación coste-beneficio será favorable. Sería conveniente que además viniera amparado por una colaboración de los presupuestos estatales e, incluso, de los comunitarios. Por ejemplo, hay algunas líneas de inversión del Plan Juncker en las que aparece como prioritaria la modernización de las ciudades en la dirección del conocimiento y de un mejor uso de la energía, eficiencia en el reciclaje de las basuras…
«ha de haber un compromiso presupuestario específico para acelerar la transición»
En Estonia se puede registrar una empresa on line en 18 minutos. Otro mundo. ¿Una smart city es el sitio ideal para el emprendedor?
Totalmente. Es el ámbito preferente del mejor talento, como quienes tienen la capacidad para asumir riesgos y crear nuevas iniciativas. El microclima más propicio para los emprendedores es el de las ciudades bien dotadas tecnológicamente y comprometidas con la sostenibilidad. La capacidad de atracción de talento estará, cada vez más, amparada en el binomio tecnología-cuidado del medio ambiente. La ubicación ya no depende de medios físicos. La conectividad facilita que cualquier profesional pueda desubicarse, de ahí que pueda buscar destinos donde ese binomio esté garantizado, donde se viva mejor.
¿Impulsarlo es solo cosa de los municipios y de sus arcas?
Lo ideal es que hubiera una conciencia estratégica por parte de los responsables de las ciudades y que los propios ciudadanos presionaran de forma constructiva, pusieran en evidencia esa doble necesidad: más conectividad y más habitabilidad. En aquellos países donde las ciudades avanzan más rápidamente en esa inserción inteligente, hay una complicidad en los presupuestos estatales.
¿Y cuál es el papel de las empresas privadas en todo esto? ¿No deberían apoyar de alguna manera?
No hay que obligarlas a nada. Las que quieran fortalecer su reputación en la sociedad, avanzarán decisiones similares a las que tome la ciudad. Es importante que las autoridades diferencien favorablemente, aunque solo sea de manera informativa, aquellas empresas que contribuyen a la sostenibilidad y a la dotación tecnológica. Pero la iniciativa de este proceso tiene que estar, claramente, en manos de la Administración.
«El papel básico de la Administración es predicar con el ejemplo»
¿La empresa privada lleva la delantera a la Administración en el uso de la tecnología?
En eso, la evidencia es aplastante. Las empresas que han digitalizado áreas de su gestión, tienen ventajas competitivas clarísimas frente a las demás. Pero no solo de comercialización, sino también en términos de uso más eficiente de los recursos. La tecnología aumenta la productividad, que es el colesterol bueno en el crecimiento económico. Las empresas ya caminan en este sentido. Por eso no soy partidario de obligar a que lleven un determinado ritmo, pues es el mercado el que las puede dejar fuera.
La revolución tecnológica también ahonda en la precarización laboral de una parte de los trabajadores. Belén Barreiro, en ‘La sociedad que queremos’, advierte de que la tecnología refuerza la brecha social y contribuye a aumentar las desigualdades sociales. ¿O no?
Hasta ahora ha demostrado que aquellos trabajadores que no tienen una formación permanente ni adquieren habilidades tecnológicas, obtienen una menor remuneración en el mercado de trabajo y tienen menos oportunidades de reconversión. Las habilidades tecnológicas explican parte de las diferencias salariales en economías incluso más avanzadas que la española. Quienes se han estancado en la alfabetización digital tienen una remuneración media significativamente más baja que quienes tienen esas herramientas.
Barreiro también opina que hay una España a dos velocidades tras la crisis.
A dos y a tres. La crisis ha provocado que quienes tenían un empleo previamente intensivo en cuanto a cualificación, actualmente estén incluso mejor que antes de que estallara. Los que hemos dispuesto de capacidad defensiva, mantenemos la renta de 2007, pero con una inflación menor, de manera que la capacidad adquisitiva es mayor que hace una década. Sin embargo, la crisis ha expulsado del mercado a trabajadores de sectores poco intensivos en tecnología, como el de la construcción residencial, y a quienes tenían una capacidad de reciclaje tecnológica menor. La crisis ha puesto de manifiesto que quienes más han sufrido no han sido quienes más contribuyeron a su desencadenamiento o a su agudización.
A Ibiza, con un 27,7% de sus turistas procedentes Reino Unido, ¿qué le interesa más, un brexit blando o uno duro?
La única amenaza al mantenimiento de esa importancia relativa del turismo británico podría venir del lado de los precios. Sobre todo por la depreciación de la libra. Cualquier tipo de brexit no afectará a la libertad para que los ciudadanos británicos visiten como turistas el país que quieran. Si es un brexit duro, acompañado de la depreciación de esa divisa frente al euro, el destino español se encarecerá. La experiencia del año pasado fue que, a pesar de que la libra se depreció, siguieron acudiendo a los destinos españoles. La principal preocupación para España en caso de un divorcio con desencuentros manifiestos no está en el sector turístico. Está en las exportaciones de bienes, que pueden verse más afectadas que los flujos turísticos.