Dime cómo conduces y te diré cómo eres

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Jimena L. Ansótegui
Jimena L. Ansótegui
Periodista. Directora comercial de Diario de Ibiza

Ojo con las mosquitas muertas que al volante se transforman en temerarios hooligans. Cuidado con ese ser armónico que cuando se monta en el coche parece no poder evitar pitar hasta a las moscas.

Vigila al metrosexual que colecciona cigarrillos y chicles fósiles en su cenicero. Cuando te montas en el vehículo de una persona por primera vez, puedes adivinar mucho más de ella que Aramis Fuster en veinte sesiones.

Lo primero que da una bofetada nada más montarnos en coche ajeno es el olor. No es lo mismo que te invada un agradable aroma a pino fresco a que lo haga un fuerte olor a comida rancia o a perro mojado. Hay gente que más que un coche tiene un trastero. Latas vacías, botellas de agua, bolsas de patatas, juguetes, zapatos y hasta un bate de béisbol debajo del asiento «por si tuviera que utilizarlo algún día».

Reconozco que yo soy de las que me gusta llevar parte de mi armario «por si acaso». Unos zapatos planos, otros de tacón, un gorrito, una muda, un bikini… sí, yo soy de esas.

«No conozco a nadie tolerante y comprensivo que vaya regalando insultos por la ventanilla»

Aunque la hora de la verdad llega cuando ves al conductor en acción. Estos que dicen que solo insultan, gritan y pierden la compostura mientras conducen son sin duda lobos con piel de cordero. No conozco a nadie tolerante y comprensivo que vaya regalando insultos por las ventanilla de su coche. De la misma manera, a lo largo de mi vida tampoco me he cruzado con una persona impaciente, nerviosa e impulsiva que no se haya saltado un semáforo en rojo «porque lo quitan mañana».

Hay otros que conducen a trompicones y hacen ver a todos sus acompañantes cabeza para adelante, cabeza para atrás, cuántas veces han de acelerar y de frenar en una sola recta. En sus vidas son iguales, quieren que todo el mundo les vea y les reconozca sus pequeños logros.

La gente que fluye lo hace también en las carreteras y no necesita pitar, ni gritar ni tampoco dar la nota a cada paso. Es más, trata de que nadie perciba sus cambios de marcha para hacer el viaje más agradable.
Andemos con ojo, pues cómo hacemos las cosas dice más de nosotros que nosotros mismos.

Jimena L. Ansótegui
DIRECTORA COMERCIAL

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