«Mi hijo no se centra en clase, se distrae, no atiende las explicaciones del profesor, le cuesta leer…», son expresiones frecuentes que escuchamos a padres con hijos que manifiestan un bajo rendimiento escolar.
En muchas ocasiones, estos problemas de aprendizaje están relacionados directamente con deficiencias en la visión del menor. El niño no se queja si no ve bien. De hecho, su cerebro se acostumbra a esa deficiencia y, muchas veces, pasa totalmente desapercibida para sus padres y educadores. Luego, en las aulas, el pequeño no rinde, simplemente porque no ve la pizarra, porque no puede leer adecuadamente o porque no puede seguir las explicaciones del maestro. Todo ello se traduce en unas malas calificaciones que, en la mayoría de casos, no se corresponden con las verdaderas aptitudes y capacidades de aprendizaje del niño.
Cuanto antes se inicie el tratamiento de una patología, más fácil será la recuperación
Desde que el bebé tiene pocos meses de vida ya se pueden detectar posibles patologías oculares que si no se corrigen de forma precoz pueden ser irreversibles. Si no se han detectado anomalías en esos primeros meses de vida, un buen momento para realizar la primera revisión oftalmológica es a los tres años. Desde ese momento es aconsejable repetirlas cada uno o dos años, según el criterio de su oftalmólogo.
El seguimiento y cuidado de la vista en los niños es fundamental porque el sistema visual infantil es inmaduro y está en constante desarrollo hasta los 7 u 8 años. Hasta esa edad, cuanto antes detectemos un problema de visión más pronto podremos corregirlo y evitar consecuencias negativas, que podrían acompañarle toda la vida si no se les pone remedio adecuadamente.
Indicios de que el niño no ve bien
¿Pueden los padres detectar un problema ocular? Evidentemente, un oftalmólogo puede reconocer con mayor facilidad cualquier tipo de patología relacionada con la visión, pero existen una serie de indicios que pueden indicarnos que un niño no ve bien.
Por ejemplo, cuando tiene problemas para concentrarse, cuando adopta posturas forzadas para leer, escribir o ver la televisión, si parpadea de forma muy frecuente, si se frota los ojos o los tiene enrojecidos… Todas ellas son señales de alarma que pueden apuntar la existencia de un problema ocular. No son las únicas. Dolores de cabeza frecuentes, visión borrosa o bizqueo son también alertas que debemos tener muy en cuenta.
En estos primeros exámenes oftalmológicos se mide la agudeza visual de los niños, lo que nos permitirá detectar o descartar la existencia de cualquier miopía, hipermetropía o astigmatismo. Estas deficiencias refractivas corregidas adecuadamente con el uso de gafas no sólo permitirán una mejor visión, también contribuirán a mejorar el aprendizaje de los niños y eliminarán otro tipo de problemas asociados, como dolores de cabeza o malas posturas.
Es común que un menor con una hipermetropía no corregida desarrolle actitudes similares a niños hiperactivos, ya que su incapacidad de ver bien de cerca no le permite concentrarse en actividades o juegos que requieren una atención continuada y una buena visión cercana. Por el contrario, niños con una miopía no tratada, ante su dificultad para ver de lejos desarrollan actitudes relacionadas con niños poco activos y retraídos. En ambos casos el uso de gafas correctoras, además de corregir la visión, permitirá también normalizar también su actitud ante las actividades habituales.
También es muy importante tratar el estrabismo en niños que acusan una pérdida de paralelismo de los ojos. Esta patología puede derivar, además, en una ambliopía u ‘ojo vago’ que debe corregirse con el uso de parches, gafas correctoras o con cirugía, si fuera necesario.
Hay que tener en cuenta que el cerebro, poco a poco, va anulando la imagen del ojo que peor ve, hasta llegar, en ocasiones a suprimirla por completo. Por eso es muy importante detectar y tratar cuanto antes una ambliopía. No olvidemos que el niño no nos va a decir que ve mal con un ojo o que se cansa cuando lee o dibuja. Esta capacidad la adquieren sobre los diez u once años, edad ya tardía para solucionar el problema de ‘ojo vago’.
En definitiva, no hay que olvidar que cuanto antes se inicie el tratamiento de una patología ocular infantil más fácil será la recuperación, ya que la edad límite para recuperar la agudeza visual ronda los 7 u 8 años. Los especialistas de Policlínica Nuestra Señora del Rosario recomendamos una revisión anual, a partir de los tres o cuatro años, para detectar precozmente cualquier anomalía de visión.