Mercedes Fournier
Enfermera y coach certificada, experta en nutrición y consultora
de meHRs Recursos Humanos
El mundo occidental cambia, cada día, las pautas y preferencias de modo tan rápido y confuso que, muchas veces, no podemos ni asimilarlo.
A día de hoy, existe tanto información como desinformación. Hay un conglomerado de conceptos nuevos, exigencias estéticas, concienciación ecológica, modas, cambios de hábitos, globalización, estrés y falta de tiempo que nos conducen en general a confundirnos y a «matar el hambre con prisas» antes que a nutrirnos de manera consciente y adaptada a nuestras necesidades personales y a nuestro desgaste particular.
Nuestra sociedad, cada día más tecnológica, se antepone diametralmente a nuestro cerebro reptiliano, encargado de las funciones vitales primarias y regulador de la supervivencia a través de comida, sexo y huida, de evolución más lenta.
si no nos alimentamos de forma consciente estaremos malnutridos
Somos el resultado de una evolución de miles de años y conservamos genes aún paleolíticos. Algo que la industria alimentaria conoce muy bien y gestiona, mejor aún, a través del neuromarketing, encargado de seducir a nuestro cerebro emocional, que a su vez condicionará a nuestro cerebro racional.
En épocas prehistóricas desarrollamos mecanismos para acumular energía en forma de reserva de grasas en previsión de épocas de escasez pero, a día de hoy, no lo necesitamos. Comemos muchas veces, más a menudo y en más cantidad de lo necesario.
La sensación de hambre puede obedecer a varios motivos, como son el tipo de dieta o la falta de sueño. Dormir menos de seis horas o hacerlo de manera interrumpida influye en nuestro metabolismo favoreciendo la obesidad, el estrés, el cansancio consecuente. Todo esto provoca que busquemos compensarlo con alimentos de alto índice glucémico que nos aportan energía rápida.
Tenemos que entender el lenguaje del hambre y distinguir el hambre fisiológica del hambre emocional.
Dormir menos de seis horas influye en nuestro metabolismo negativamente
El hambre fisiológica descansa en una serie de circuitos regulados por el hipotálamo que controla los centros de hambre y sus órdenes («Hay que comer») y saciedad («Ya hemos comido lo necesario») mediante una serie de neurotransmisores y neuropéptidos.
Es un tipo de hambre física, que se siente en el estómago, es gradual y fruto de una necesidad, acepta cualquier tipo de comida, se deja de comer al estar saciado y no genera culpabilidad.
El hambre emocional, ligada a los circuitos de recompensa y placer y a una gestión incorrecta del estrés, es un hambre repentina, urgente y ligada a un tipo de alimentos con alto índice glucémico, que empuja a seguir comiendo aún saciados y genera culpabilidad.
Si no asumimos el proceso de alimentarnos de manera consciente corremos el riesgo de estar sobrealimentados a la vez que malnutridos, paradoja que vemos a diario con el aumento de sobrepeso y obesidad, las patologías asociadas a ello y el incremento de enfermedades propias de adultos como obesidad, diabetes y colesterol en población infantil.
Somos lo que comemos
Llega el momento de que aprendamos a escuchar a nuestro cuerpo, seleccionemos la información precisa que se adapta a lo que éste nos pide y procuremos cada día comer más de lo que nace y no de lo que se hace.
Debemos incluir de manera regular en nuestra dieta alimentos lo más naturales y frescos posibles, que vengan de la tierra y no de las cadenas de producción alimentaria, menos procesados y refinados, ya que éstos no se adaptan bien a nuestra estructura genética.
La falta de tiempo nos conduce a «matar el hambre con prisas»
Hidratos de carbono de absorción lenta como verduras, frutas y hortalizas, cereales integrales, grasas de buena calidad como el aceite de oliva y las grasas Omega 3 procedentes del pescado y frutos secos y una ingesta regular de proteínas a base de carnes magras, pescado, huevo y también proteínas vegetales, legumbres, garantizan una alimentación nutritiva.
Cuerpo y mente sanos
Ambos conceptos se encuentran dentro de un ecosistema perfectamente diseñado para crecer y desarrollarse en un entorno nutritivo y equilibrado.
Si la comida alimenta a nuestro organismo físico, los pensamientos y emociones son el alimento de nuestra psique y nuestra alma, por tanto, debemos prestarles la misma atención y elegir los saludables.
Actualmente ya se conoce la información de cómo a cada emoción le acompaña una molécula que pasará a formar parte de nuestro torrente sanguíneo.
Si contemplamos una alimentación consciente podemos imaginarnos un triángulo equilátero cuyos tres vértices serían: alimentación, emociones y hábitos.
Debemos incluir hábitos sanos para gestionar el estrés diario
Hemos hecho mención a la nutrición del cuerpo, comida y a la del alma, emociones y pensamientos, pero el cuerpo y mente está en constante intercambio con el medio que nos rodea, luz diurna, estímulos sensoriales, biorritmos, ciclo vigilia y sueño.
Por ello, debemos incluir hábitos sanos en sueño, ejercicio, exposición a la luz solar y momentos para gestionar el estrés de la vida diaria, como meditación o autoexpresión a través de actividades artísticas, danza o juego si queremos mantener a nuestro ecosistema en perfecto equilibrio nutritivo.
El lunes 12 de junio una charla coloquio profundizará en éstos y otros temas relacionados con la alimentación consciente en el Club Diario de Ibiza, a las 19.30