Tomar decisiones resulta agotador y lo cierto es que nos pasamos la vida haciéndolo. Café o té, galletas o cereales, digo que sí a la cena de esta noche o me voy a casa a descansar, libros de texto nuevos o de segunda mano… La buena noticia es que con el tiempo y la experiencia cada vez resulta más sencilla esta tarea. Lo importante es tener las bases bien sentadas para facilitarnos el trabajo. Supongo que por eso se suele decir que los primeros días, las primeras veces o que el primer hijo es el que más cuesta.
Hay primero que descubrir las bases sobre las que queremos trabajar, abrir el camino y experimentar si realmente esa fue o no una decisión acertada. Una vez comprobamos que ese es el sentido que le hemos de dar a un tema concreto la cosa empieza a fluir.
«Cuando se trata de la educación de nuestros hijos, la experiencia es un grado pero hay que mantenerse siempre alerta»
Sin embargo, cuando se trata de la educación que damos a nuestros hijos la experiencia es un grado pero hay que mantenerse siempre alerta pues sus fases de madurez son muy cambiantes y en este caso fluir con las decisiones que se toman me resulta una utopía.
Cierto es que, como en todo, hay que regirse por unas bases que en este caso llamamos valores y que como padres debemos inculcarles desde pequeños. Cierto es también, que elegir el modo en el que lo hacemos nos lleva de nuevo a una compleja toma de decisiones. Me cansa solo pensarlo pero sé que es importante hacerlo bien ahora pues de lo contrario me cansaré
mucho más tratando de resolverlo más adelante.
Hay que aceptar pues, que por más que pasen los años y acumulemos millones de decisiones en nuestras espaldas, nunca dejaremos de tomarlas mientras estemos vivos. Ni siquiera en vacaciones. No hay descanso para esta ardua tarea de carácter vitalicio. Así que, respiremos profundamente y demos la bienvenida al nuevo curso