Ir a la Universidad era un sueño para la mayoría de los ibicencos hace menos de treinta años. “Había que ser muy pudiente para permitírselo y tener familia en la península, por supuesto”, recuerda una vecina con la mirada en alguna parte del infinito a la que aspira llegar.
Salir de la isla entonces ya suponía un gran esfuerzo para la débil economía familiar pues los billetes de barco, que era el medio más utilizado por los eivissencs, “no eran baratos precisamente·. No quiero imaginarme lo inalcanzable que sería viajar en avión.
Pienso cuando la escucho contándome estas historias, en lo frustrante que debía ser el querer y no poder. Mientras, ella sigue, “había trabajo para todo el mundo, eso era lo que no faltaba en Eivissa”. Así que pronto, incluso sin terminar el bachiller, se ponían a trabajar.
No hay edad para cumplir los sueños que uno tiene de la misma manera que no hay edad para terminar de aprender
Intuyo en el fondo, cuando lo cuenta, que sabe que eso no se va a quedar así. Su propia hija termina este año su segunda carrera y creo que su plan de jubilación no será tirarse en la playa a tomar el sol viendo los barquitos pasar. Mi vecina sueña con algún día estudiar todo aquello que no pudo. Conseguir los títulos con los que, probablemente, muchos de los llegados de la península a su isla natal le han pasado por delante en su vida profesional.
No hay edad para cumplir los sueños que uno tiene de la misma manera que no hay edad para terminar de aprender.
Se puede aprender en la escuela, en la calle y en el trabajo. Aprendemos de la gente, de las experiencias y hasta de la enfermedad cuando nos toca.
Nunca se lo suficientemente experto en nada. Siempre quedan cosas por aprender.
La famosa cita de Sócrates, “Solo sé que no sé nada” la podría emplear en todas la experiencias de mi vida.
Puedo haber dedicado veinte años a investigar los diferentes pueblos que ocuparon Eivissa y toda su historia y cuanto más tiempo pase y más conocimientos adquiera, más sentiré que me queda mucho por descubrir.