Enri Quillé nació en Saumur (Francia) en 1928 y falleció el pasado 9 de septiembre en París, a los 89 años. Este arquitecto e ingeniero, discípulo de Le Corbusier, dejó tras de sí una colección de casas que ahora están protegidas y forman parte del patrimonio de la arquitectura contemporánea de Formentera. Pero más allá de la pasión que era su trabajo fue un hombre comprometido con su tiempo y avanzado a su época.
En sus construcciones aplicó un estilo personalísimo donde la sobriedad no estaba reñida con el confort pero, a la vez, exigía la implicación de sus moradores con un elevado grado de atención para su correcto mantenimiento. La orientación de la casa, los vientos dominantes, su ubicación en el terreno, todo, está milimétricamente estudiado en sus obras para lograr el máximo aprovechamiento térmico y energético, con el mínimo gasto y sin ningún tipo de dependencia exterior. Para conseguirlo construyó e instaló placas solares térmicas, módulos fotovoltaicos y molinos eólicos. Sus casas eran autosuficientes y marcadas por un estilo único, en el que la inclinación y grosor de las paredes y la presencia de boveda catalana, aislada con una capa de 20 centímetros de grava, eran sus señas de identidad. En Formentera levantó unas 30 casas, inconfundibles, que forman parte, para siempre, del paisaje insular.
El hombre
de la gorraEnri Quillé construyó en Formentera buena parte de su obra. Encontró en la isla en espacio excepcional, con mucha radiación solar y fuertes vientos. Cuando llegó en los setenta vio en la sobriedad de la tradición local el estilo perfecto para desarrollar su trabajo. Lo mezcló todo y dejó su huella en esas treinta casas protegidas que se reparten por la geografía insular. Un espacio que entendió como una forma de vida, pero que al final le decepcionó.
Exigente, meticuloso, perfeccionista y con un fuerte carácter, algunos le recuerdan con cariño como un cascarrabias, pero también como una persona de gran sensibilidad y generosidad. Esta faceta la cultivó sobre todo con sus allegados y amigos. Entre ellos había arquitectos, periodistas, artistas y vecinos que recibía en su casa de es Cap. Aquí fue donde aplicó todo su ingenio y conocimiento para construir una vivienda familiar autosuficiente, con placas fotovoltaicas y térmicas que él mismo fabricó. Montó un aerogenerador movido con energía eólica del que tenía la patente mundial. Su casa de es Cap de Barbaria se convirtió entre 1972 y 2004 en un auténtico laboratorio de arquitectura e ingeniería, un taller profesional donde inventó y creó.
Una de sus grandes aficiones fue la gastronomía. Muchos de sus amigos y colaboradores le recuerdan como un gran cocinero, un amante de la buena mesa y del buen vino, de las cosas sencillas, alejadas de lujos superfluos. Él siempre fue una persona sobria capaz de comunicar de una forma directa y con un ácido sentido del humor.
Tenía un marcado compromiso ideológico con la izquierda, «incluso radical», señala su hija Tanit Quillé, también arquitecta. En su juventud acudió a un encuentro de arquitectos en Cuba y allí lanzó una pregunta al aire que contestó el Che Guevara. Poco después este quiso conocerle mejor y ambos pudieron compartir, en privado, ideas y confidencias.
Su hija destaca que fue el fundador del comité para salvaguardar la Villa Savoye, una de las casas del que fuera su maestro, Le Corbusier. Enri Quillé, ante el deterioro y la ruina que presentaba ese edificio único, que fue bombardeado durante la segunda Guerra Mundial, inició en 1962 una campaña para salvarlo. Escribió decenas de cartas a los arquitectos más importantes del mundo para que enviaran telegramas a André Malraux, entonces ministro de Cultura del Gobierno francés, pidiendo su recuperación.
A pie de obra en la Casa Montse, la última que construyó en Formentera, en la zona de Porto-Salè. Pere Roig
En 1963 la Villa Savoye fue declarada patrimonio arquitectónico por parte del gobierno galo, y se procedió posteriormente a restaurarla. Actualmente es una ‘casa-museo’, dedicada a la vida y obra de Le Corbusier y mantenida por la sociedad pública Monuments de France que recibe miles de visitas al año, principalmente de arquitectos y estudiantes. Muchos atribuyen la salvación de esa casa al entonces ministro francés, pero Enri Quillé, seguramente, hizo más que Malraux para su restauración y conservación como patrimonio nacional.
Dibujos de un cuarto de baño, con ducha y lavabo
Los distintos espacios de la casa de Quillé tenían sus características especiales, ya que su orientación y la entrada de luz estaban perfectamente adaptada a su función. Un ejemplo eran sus cuartos de baño y duchas, que diseñaba con estilo inconfundible. La comodidad, en este caso, tenía una estrecha relación con el uso de este espacio, que generalmente se abría por un ventanal o amplia entrada de luz al exterior, con la sensación de estar aseándose en plena naturaleza.
En sus últimos días, ya prácticamente ciego y sordo, «tuvo siempre en sus recuerdos Formentera, los años que vivió en la isla fueron para él los más felices de su vida», cuenta su hija, que pasó aquí toda su infancia y adolescencia.
Quillé se enganchó por primera vez a Formentera en 1962, cuando en un vuelo en avioneta que realizaba desde Palma a Eivissa vio, por primera vez, el perfil de Formentera con los acantilados de la Mola frente a él. Tras aterrizar en Eivissa, inmediatamente cogió el barco para conocer la isla que más tarde se convertiría en su casa. En 1968, tras el mayo francés, decepcionado por el resultado de ese movimiento, decidió refugiarse aquí, aunque no se instaló definitivamente, con su familia, hasta 1972 .
Pero su primera casa la construyó en 1970, en es Carnatge, para su amigo el artista islandés Gudmundur Gudmundsson, conocido como Erró. A partir de ese momento fue construyendo una media de casa por año.
Su legado
Uno de los arquitectos más jóvenes de Formentera, Marià Castelló, contribuyó a su vez a que las casas de Enri Quillé fueran catalogadas y protegidas en el Plan Territorial Insular de Formentera. Sin quererlo siguió el ciclo que comenzó Quillé con la Villa Savoye de Le Corbusier. En octubre de 2004, en una visita que Castelló realizó a la casa de Quillé, le pidió que situara en un mapa la ubicación de cada una de sus casas. El joven arquitecto hizo llegar esa información al Consell, que acordó catalogar y proteger las casas construidas por Quillé, con un grado similar al que tienen las casas más antiguas.
Planos de la chimenea caldera de Quillé
Su obsesión por aprovechar los recursos naturales y más económicos le llevaron a diseñar piezas de ingeniería industrial que él mismo construía, muchas de ellas en la herrería de Formentera. Este es el caso de una chimenea caldera, que aprovechaba la energía térmica del fuego para calentar agua que circulaba por cañerías para calentar la casa. Sus conocimientos de ingeniería le permitieron realizar aplicaciones para aprovechar cualquier recurso térmico.
«Su legado es la reinterpretación, en clave contemporánea, de la arquitectura popular», afirma el arquitecto formenterés Marià Castelló
Marià Castelló relata que, después de trabajar con Le Corbusier, Quillé se establece por su cuenta en Francia con una «proyección muy sólida, con proyectos muy buenos que me enseñó e incluso algún concurso que llegó a ganar en París compitiendo con el que fuera su maestro». Este arquitecto formenterense asegura que con este bagaje de conocimientos llega y «sabe impregnarse de la isla, y de todo lo que la tradición de ofrecía para plasmar en su arquitectura». No tiene dudas: «Su legado es una reinterpretación en clave contemporánea de la arquitectura popular, se interesaba mucho por el tema de la energía que en esos momentos era ciencia ficción. Ahora todo el mundo habla de energía, es casi, casi lo más importante, pero hace 40 años nadie se lo planteaba a ese nivel, fue un pionero». En una conversación, Quillé le desveló que se quedó en Formentera al encontrarse «con una sociedad casi anárquica de la que quería formar parte».
«Tenía mucho en cuenta la orientación y la climatología para organizar y diseñar el espacio», destaca el arquitecto Salvador Roig
Otro de los arquitectos que colaboró con él, el ibicenco Salvador Roig, recuerda que conoció a Enri Quillé siendo estudiante, cuando trabajaba con Elías Torres y recogía material para la Guía de Arquitectura de Eivissa y Formentera que incluía ya la casa Erró y la Fedelli. Asimismo señala que junto a Raimon Torres y Félix Julbe, Quillé redactó el primer Plan General de Ordenación Urbana de Formentera de 1975-77, que no salió adelante, pero que sirvió de base para la aprobación de las primeras Normas Subsidiarias de 1989.
Plano de la casa del artistas Erró en es Carmatge
Este es el plano de la planta y perfil de la casa del artista findandés, Gudmundur Gudmundssonde, Erró. Fue la primera que Quillé construyó en Formentera en 1970 para su amigo. La distribución de los espacios con módulos conectados por el exterior y la ubicación de la casa encima de una roca, en una zona de escasa vegetación, en es Carnatge, hacen de esta vivienda uno de los ejemplos más representativos del estilo Quillé, que desarrolló y perfeccionó durante 32 años en la treintena de casas que construyó.
Salvador Roig colaboró con él en la casa Lenz, «pero la autoría es suya», recalca. Lo que más le llamó la atención fue «la forma en la que colocaba las casas en el lugar, teniendo mucho en cuenta la orientación y la climatología para diseñar y organizar el espacio y ayudarse de estos factores, para que el confort fuese el máximo posible, renunciando a utilizar medios artificiales, pero también tiene otra parte que es la de usar sistemas de captación de energía solar y fotoeléctrica para conseguir casas autónomas, un ejemplo es su propia casa».
El arquitecto que colaboró con Quillé en su último proyecto, la Casa Montse en Porto-Salè, en 2004, fue Pere Roig. Destaca que «tenía una base de datos en la cabeza, que aplicaba con las mismas medidas e iba girando y adaptando al sitio y a la gente». Añade que, como profesional, «era cascarrabias, perfeccionista, la arquitectura era su vida, pero nuestro trabajo diario era ir a comprar, preparar la carne, buscar el vino y luego trabajaba, él aprendió a usar el autoCAD y a sus años siempre quería aprender». Otro detalle es que estaba «24 horas encima de la obra y para los constructores se hacía duro, a cualquier problema le daba vueltas y vueltas, era muy meticuloso», rememora.