La yaya

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Jimena L. Ansótegui
Jimena L. Ansótegui
Periodista. Directora comercial de Diario de Ibiza

Mi abuela (1920) fue una gran mujer. Sirvió a sus hermanos mientras su madre se desvivía por sacar adelante una casa humilde con demasiadas bocas que alimentar. Tuvo durante quince años la suerte de compartir las labores del hogar con su hermana menor, pero esta falleció demasiado joven y a mi abuela, que ya estaba en edad casadera, le tocó quedarse sola con los trabajos. Cuando ya parecía que se había hecho a ellos, su madre enfermó y también se fue mucho antes de lo esperado. La muerte estaba muy presente en aquellos años. Entonces ella se ocupó también de su padre, de sus hermanos, de su casa y de traer dinero pues hacía mucha falta. Trabajó sirviendo en los hoteles, siriviendo en las casas y sirviendo en su propia casa donde sus hermanos la tenían prohibido echarse novio y mucho menos casarse, pues «¿quién cuidaría de ellos si se marchaba?».

«no escucho tan lejos los susurros entredientes que tras cruzar la puerta le dedicaba en la oscuridad»

A los treinta y tres años enterró a su padre y pudo al fin salir de su casa. Siguió sirviendo pero esta vez a un solo hombre, mi abuelo. «La mujer y la sardina a la cocina» me decía él cuando de pequeña protestaba porque solo a mí me mandaba poner la mesa mientras veía la tele con mis hermanos. Eran otros tiempos, pero no escucho tan lejos los susurros entredientes que tras cruzar la puerta del salón mi abuela le dedicaba en la oscuridad del pasillo. De niña, me reía espiando cómo ella echaba por la boca todo lo que delante de él tenía que callar. Se desvivió por todos.

Mi abuela aprendió a ser sumisa y a callarse lo que pensaba. Cuidaba, respetaba y callaba pero ¿quién la cuidaba a ella, quién la respetaba o guardaba sus palabras para no hacerla daño?¿Acaso a alguien le preocupaba lo que pensaba, sentía o callaba? Es triste, pero era lo normal. Hoy no se lo deseas ni a tu peor enemigo y aunque nos queda camino, hemos avanzado mucho en poco tiempo. Tenemos que sentirnos orgullosos y continuar cuidándonos, respetándonos y diciéndonos las cosas a la cara. De igual a igual. No estamos tan lejos, vamos bien encaminados o eso creo, pues a veces tras tanto dolor y sufrimiento soportado temo que el empoderamiento femenino radical pretenda repetir la historia del revés.

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