“El 29 de mayo de 1937 era un día de buen tiempo, con esa languidez que tienen en Ibiza las tardes de primavera avanzada, cálidas y de lejanías brumosas. Un pequeño buque de guerra alemán, el Leopard, estaba atracado en el puerto, y un petrolero, también alemán, fondeado en medio de la bahía.
(…) Al llegar a la Plaza de España vi que un grupo de vecinos contemplaba el mar con vivo interés. La curiosidad estaba justificada. Hacía poco que, entre s’Illa Negra y es Daus había echado el ancla el acorazado alemán Deutschland. La visita parecía natural; otros dos buques de la escuadra germana estaban en Ibiza. Pero pronto apareció una larga línea de barcos de guerra en el horizonte, borroso por la calígine de la tarde encalmada.
Eran ocho o nueve siluetas y parecían del tipo destructor. Uno o dos de ellos, sin embargo, debían de ser cruceros, a juzgar por su grandeza. Todos comprendimos que era la armada española. Había pasado por el Cap de la Mola, dando la vuelta a Formentera, y ocupaba un gran arco de horizonte. Evidentemente, iban siguiendo al Deutschland, el cual parecía un buque perseguido que se refugia en aguas amigas. (…)
De pronto, un ruido de aviones sonó por el cielo. Dos aparatos, volando hermanados, venían de poniente y entraban en el espacio de la bahía. El último sol de la tarde fulguraba en sus miembros metálicos; yo vi claramente unos brillos desprendidos de sus vientres.
El oscuro retumbo me hizo bajar la mirada para ver brotar en la cubierta del Deutschland unos altísimos cipreses de humo negro, que en seguida se unificaron para mostrar, al pie de su cuerpo ascendente, la mancha roja de unas llamas arraigadas en medio del acorazado alemán. Era el avión del buque, súbitamente incendiado cuando, según después supimos, se disponía a volar. Los aparatos visitantes, consumando el ataque, giraron hacia el sur y desaparecieron.
Y como si aquello hubiese sido una señal convenida, la escuadra rompió el fuego contra la ciudad.(…) Alguna columna de agua surgía de pronto junto al petrolero, que no fue alcanzado; otros proyectiles levantaban las tierras bajas de la orilla del puerto, hacia Talamanca. Sin embargo, no tiraron al Deutschland. Acaso lo creyeron bastante castigado o temieron su poderosa artilleria.
Fuera de mi posible observación, gran número de proyectiles azotaron el puerto y la ciudad. Los sentíamos silbar sobre nuestras cabezas. Uno cayó en el rincón norte de la Plaza de la Constitución y mató a la señorita Eulalia Noguera, Na Noguereta, y a una señora mayor; otro en un punto no bastante protegido del Portal Nou, donde se habían refugiado muchas personas e hizo una gran carnicería. Creo que allí murieron algunos soldados. También en la Calle Mayor hubo un muerto.
El bombardeo cesó de pronto y los buques desaparecieron. Con el incendio reducido, el Deutschland se había alejado lentamente hacia s’Espardell. El humo parecía haber precipitado el oscurecimiento del atardecer. La ciudad vio apresurados grupos de personas que daban nombres de muertos y heridos. La emoción fue muy intensa; algunos la acusaron especialmente. Mi tío político Miguel Villalonga, totalmente descompuesto, perdió el habla durante un rato.
Había empezado el desembarco de los heridos del Deutschland y su traslado en coches al hospital civil, que todavía estaba en un rincón de la calle del Obispo Torres, lo más recóndito de la ciudad vieja. Muchos marineros entraron con quemaduras graves y algunos murieron aquellos días (…)”.
Del libro ‘Lo que Ibiza me inspiró’, de Enrique Fajarnés
Cardona