“Antes de salir de Barcelona encontré en las Ramblas a Anita Marsans. Tenía ese tono bronceado que pregona a gritos unas vacaciones realizadas.
– ¿De dónde vienes?
– De Ibiza. Y tú, ¿a dónde vas?
– A Ibiza. Tengo que escribir un artículo.
– Por favor, no lo hagas. Nos lo van a estropear.
Días después, al despedirme de otra muchacha, Angela V. Isasi, veraneante en la isla desde hace años, oí la misma petición: “No escribas nada de esto, sé bueno. Que no venga más gente. Así todavía está bien”.
Todos los visitantes de la isla quisieran firmar esta petición de silencio, participar en una asociación secreta de amantes de Ibiza. Todos ven con terror la posibilidad de que la multitud haga desaparecer una de las gracias de la isla, por ejemplo, la abundancia de espacio de que se goza. En la escala fatal ‘Terreno bello y salvaje–Terreno con confort–Terrenos superpoblados’, quisieran ahincarse en la segunda etapa sin apercibirse que es la más fácil de sobrepasar. Muchos dejan de ir a Formentera, pongo por caso de primer ejemplo, por la falta de electricidad y sin agua corriente, pero nadie se abstiene de ir a un lugar en el que la belleza del paisaje y la amabilidad de la gente no están reñidos con el frigorífico y el altavoz de una gramola. Desde este punto al siguiente, el paso es fácil, facilísimo (…)”.
Por Fernando Díaz Plaja (Revista Destino)
(Texto original)
Diario de Ibiza.
16 de septiembre de 1953