Es necesario recordar que en Eivissa y Formentera se produjo el desembarco de las tropas republicanas de capitán Bayo en agosto de 1936, las cuales durante cinco semanas intentaron establecer un nuevo régimen socio-económico más democrático y moderno, pero también más alejado del tradicional caciquismo vigente desde el siglo XIX. El experimento republicano fracasó de forma sangrienta (los asesinatos en el Castillo del 13 de septiembre de 1936) y la posterior llegada de las tropas nacionales (Ejército, Legión de Mallorca, escuadras italianas y moras) abrió un proceso de represión que alcanzó a todos los estamentos de la sociedad, no dejó a nadie indiferente y manchó de sangre muchas manos y muchas conciencias.
La represión de primera hora (desde septiembre de 1936 a mediados de 1937) es extrajudicial, incontrolada, excesiva y salvaje. Basta una denuncia anónima y el piquete falangista se pone en marcha. Recae especialmente en las bases de los partidos republicanos y obreristas, puesto que la mayoría de los dirigentes habían podido huir de las islas. Las Pitiusas no son, así, ninguna excepción. Hubo denuncias, silencios cómplices y sangre… mucha sangre. Eivissa y Formentera no eran una gran familia.
Pero las razones políticas no son las principales en esta represión; las venganzas personales por cuestiones de deudas impagadas o límites de tierras acaban con docenas de vidas en cunetas y tapias de cementerios locales. Desde octubre de 1937, con la instalación del Juzgado Militar de Instrucción de Ibiza (en el Gran Hotel, hoy Montesol) la represión adquiere un marco más legal, pero igual de sangriento. Abundan los procesos por pertenecer a la Masonería, la depuración del profesorado de ideas ‘no adictas’ al régimen, e incluso el encausamiento de familiares de militantes republicanos.
La represión se hace especialmente cruel en Formentera, donde las izquierdas habían dominado la vida política durante la II República. En 1939 vendría la instalación de un campo de concentración (es Campament) en la Savina.
Pero hay otras formas de represión, quizás más sutiles pero igual de violentas.
Muchos habitantes de estas islas fueron objeto de una brutal represión económica que perseguía básicamente la pasividad y el silencio del encausado.
Así, se procedió a la incautación de muchos bienes materiales o al bloqueo de las cuentas bancarias de los procesados, lo cual aumentó las fortunas de muchos otros que se enriquecieron a la sombra de la corrupción del poder. Y todo ello dentro de un régimen laboral con disciplina militar y de prohibición de sindicatos obreros, con lo que toda reivindicación salarial o protesta era más que una utopía.
El hambre fue una de las consecuencias más trágicas del contexto bélico que envuelve estos años. La crisis de subsistencias fue tan grave en 1938 en Formentera que supuso una auténtica preocupación para el gobierno civil de la provincia, que abrió campañas públicas de donativos en Palma y Eivissa, siempre con un discurso paternal y caritativo.
Y por último la represión que supone la militarización de la vida cotidiana: la profusión de la iconografía franquista (el yugo y las flechas, la camisa azul falangista…), los desfiles y el envío de reemplazos de jóvenes a los frentes peninsulares eran también una forma de represión ideológica, de homogeneizar el pensamiento.
Son, pues, unos años en que el régimen franquista en Eivissa y Formentera somete a la población a un proceso de terror represivo en un primer momento para más tarde pasar a una represión económica e ideológica que persigue sobre todo el silencio y la pasividad de la población. Las Pitiüses seguirían jugando un papel secundario en la Guerra Civil y los acontecimientos se irían diluyendo en la (des)memoria colectiva.
ARTUR PARRÓN GUASCH
Autor del libro ‘La Guerra Civil a Eivissa i Formentera (1936-1939)